historia corta
En el corazón de Medellín, entre el bullicio del centro y las empinadas laderas de las comunas, se alza el Palacio Nacional. Un imponente edificio de estilo republicano que, a pesar de su belleza arquitectónica, guarda una historia oscura, tejida con los hilos del miedo y la superstición. Los habitantes más antiguos de la ciudad susurran sobre los extraños sucesos que allí acontecen, especialmente durante las noches de luna llena, cuando las sombras se alargan y los ecos resuenan con mayor intensidad, creando una atmósfera de misterio que envuelve al edificio como una densa niebla.
Se dice que, en la época en que el palacio albergaba las oficinas de la gobernación, una joven secretaria, llamada Mariana, desapareció sin dejar rastro. Trabajaba en el archivo, un laberinto de estantes polvorientos y documentos antiguos ubicado en el sótano del edificio. Un lugar frío y húmedo, donde el tiempo parecía detenerse y el olor a papel viejo impregnaba el aire, mezclándose con un tenue aroma a humedad que calaba los huesos. Una noche, mientras trabajaba hasta tarde, clasificando legajos que nadie había revisado en décadas, organizando expedientes judiciales y documentos administrativos que acumulaban polvo y olvido, sus compañeros escucharon un grito ahogado proveniente del archivo. Un grito que se cortó abruptamente, como si alguien le hubiera tapado la boca, silenciándola de golpe. Corrieron a buscarla, con el corazón latiendo con fuerza, un presentimiento helado recorriéndoles la espalda, pero solo encontraron la puerta entreabierta y una silla volcada, como si alguien se hubiera levantado de golpe. Sobre el escritorio, una taza de café humeante, como si Mariana la hubiera dejado allí hacía apenas unos segundos, un detalle que intensificaba la sensación de una presencia reciente, de una partida repentina e inexplicable. De ella, ni una señal.
Desde entonces, se cuenta que su espíritu vaga por los pasillos del palacio, buscando una salida, atrapada entre los muros que la vieron desaparecer. Los vigilantes nocturnos aseguran haberla visto: una figura femenina vestida de blanco, con el rostro cubierto por una cascada de cabello negro que ondea como una sombra, que recorre silenciosamente los corredores, deslizándose como una neblina entre las columnas de mármol y los arcos ornamentados. Algunos incluso afirman haber escuchado su voz, un lamento suave que se mezcla con el eco de sus propios pasos, un susurro que parece implorar ayuda, una súplica silenciosa que se pierde en el silencio de la noche. Se dice que a veces se escucha el sonido de papeles siendo movidos en el archivo, o el tenue golpeteo de una máquina de escribir antigua, ecos del trabajo que Mariana realizaba en vida.
Un joven guardia, llamado Javier, quien trabajaba en el turno de la noche, se burlaba de estas historias. Era un hombre escéptico, de mente práctica, que no creía en fantasmas ni en supersticiones. Para él, todo tenía una explicación lógica, racional. Sin embargo, una noche, mientras realizaba su ronda habitual, inspeccionando los oscuros pasillos del segundo piso, donde las sombras se proyectaban de forma extraña bajo la luz tenue de las lámparas, sintió una presencia extraña. Un frío intenso recorrió su cuerpo, a pesar del calor sofocante de la noche, un frío que parecía emanar de las paredes mismas, como si el edificio estuviera impregnado de una energía helada. Las luces parpadearon brevemente, sumiendo el corredor en una penumbra aún más profunda, creando una atmósfera de mayor inquietud. De repente, escuchó un susurro a su espalda: “Ayúdame a salir”. La voz era suave, femenina, llena de angustia, un eco que parecía provenir de muy lejos, pero que resonaba con claridad en el silencio del pasillo.
Javier se giró rápidamente, con el corazón latiendo con fuerza, la adrenalina recorriéndole las venas. El silencio era absoluto. No había nadie. Solo las sombras danzantes y el eco de sus propios pasos resonando en el vacío. Pensó que se lo había imaginado, producto del cansancio y la sugestión, una broma de su propia mente. Pero al continuar su recorrido, sintió una mano fría que le rozaba el hombro. Un contacto helado que lo hizo estremecer, un escalofrío que le recorrió toda la columna vertebral. Se detuvo en seco, con la respiración entrecortada, el miedo atenazándole el pecho. A su lado, apenas visible en la penumbra que se intensificaba con cada parpadeo de las luces, vio una figura femenina vestida de blanco. Su rostro estaba oculto por el cabello negro que caía sobre él como una cortina, ocultando sus facciones, pero Javier sintió una mirada penetrante, llena de tristeza y desesperación, que lo observaba desde la oscuridad, una mirada que parecía pedir auxilio.
El miedo lo paralizó. No podía moverse, ni hablar. Sus músculos se tensaron, su garganta se secó. Intentó gritar, pero ningún sonido salió de su boca, como si una fuerza invisible lo hubiera silenciado. La figura se desvaneció lentamente, como si se difuminara en el aire, desintegrándose en la penumbra, dejando tras de sí una sensación de frío aún más intenso y un penetrante perfume a jazmín, el mismo perfume que, según contaban los antiguos empleados, usaba Mariana. Un aroma que parecía aferrarse al aire, impregnando el pasillo, como un último vestigio de su presencia, una prueba tangible de que no había sido una alucinación.
A partir de esa noche, Javier nunca volvió a burlarse de las historias del palacio. El escepticismo se desvaneció, reemplazado por un miedo profundo y una certeza inquietante. Se convirtió en uno más de los que aseguran haber presenciado la presencia de Mariana, la secretaria fantasma que vaga en busca de la salida que nunca encontró en vida. Algunos dicen que la única forma de ayudarla a descansar en paz es encontrar la verdad sobre su desaparición, un misterio que permanece oculto entre los muros del Palacio Nacional, esperando ser desvelado. Un misterio que, quizás, Javier, atormentado por su encuentro, se sienta ahora obligado a resolver, buscando entre los viejos archivos, preguntando a los empleados más antiguos, intentando reconstruir las últimas horas de Mariana, con la esperanza de darle finalmente la paz que tanto anhela. Tal vez, la clave de su desaparición se encuentre en un documento olvidado, en un rincón oscuro del archivo, esperando ser descubierto por alguien que se atreva a adentrarse en los secretos del Palacio Nacional.